Te contaré una pequeña historia:
Sucede que un hombre rico tenía tres personas que trabajaban para él. Este personaje tenía que irse de viaje por algún motivo e iba a regresar después de un largo tiempo. Antes de irse, les dejó a estas tres personas, parte de sus riquezas para que la administraran. Al primero, supongamos, le dio 1 millón de dólares; al segundo, medio millón; y al tercero, 200 mil ¿Por qué la diferencia? Porque él, obviamente, conocía a sus trabajadores y sabía de sus capacidades para administrar su dinero. Llegado el momento, este hombre regresa y les pide rendir cuentas a estos tres trabajadores. El primero se acerca y al rendirle cuentas le muestra que su dinero lo ha duplicado, lo ha invertido y ha buscado rentabilizar ese millón de dólares. El jefe, contento con el resultado, lo felicita y le da un porcentaje grande del dinero que había ganado, como premio y agradecimiento por la buena administración. Con el segundo pasa lo mismo, rinde cuentas y también llegó a duplicar el dinero que le había encargado, y de la misma forma, también le da un premio y porcentaje de lo ganado por la buena administración. Pero, con el tercero, pasa algo particular, y es que esta persona tenía miedo de perder este dinero y prefirió guardarlo, al rendir cuentas, este le dice: “preferí cuidar tu dinero y no arriesgarlo, así que lo que me diste aquí te lo entrego completo”. Esto no es visto con buenos ojos y el tercer personaje es despedido por la mala administración y no cumplir con lo encomendado. En estos 3 casos, el hombre rico puso a prueba a sus empleados y les dio una pequeña parte de su riqueza para que la administraran.
Por eso la frase : “Siervo fiel, en lo poco fuiste fiel, en lo mucho te pondré”. ¿Esta lección te pareció interesante? Te comento que es un fragmento de la biblia y lo puedes encontrar en Mateo 25, 20 – 24 – si deseas profundizar en ello.
Ahora, ¿a qué viene todo esto? Y es que cada uno de nosotros tiene bajo su poder una riqueza que administrar. Tú y yo tenemos capital que invertir y aquí no hablamos solamente de dinero, no, aquí hablamos de la capacidad que tienes para explotar el recurso más valioso e importante que tienes bajo tu poder: tú.
No sé si crees en Dios o no, este no es el punto aquí. El punto está en que, absolutamente todos, tenemos la capacidad de aprender cosas nuevas, tenemos habilidades y destrezas que podemos explotar, siempre y cuando, nos atrevamos a asumir riesgos. Tengamos el valor suficiente de enrumbarnos en algo que quizás es desconocido para nosotros, que quizás rompe cualquier esquema que hemos desarrollado desde nuestra niñez. Tengamos el valor de arriesgarnos, aunque estemos frente a una catarata llena de temores. Pero es ahí donde está la recompensa, que con lo poco que hemos tenido, hemos logrado salir adelante, con lo poco o mucho que Dios nos ha dado, hemos sido fieles a nuestros sueños y metas. Hemos sido fieles a nosotros mismos.
No seas como el último empleado que, por miedo, no tomó ninguna iniciativa y se quedó con lo seguro. Lo seguro no te da recompensa, en el mejor de los casos te mantiene en la misma posición por el resto de tu vida, pero, casi siempre, te va dejando peor con el pasar del tiempo. Cada año hay más gastos, cada temporada hay más deudas, cada mes hay preocupaciones y tus ingresos siguen siendo los mismos, año tras año.
¿Es acaso eso lo que quieres por el resto de tu vida? No, ¿verdad? Entonces nunca apartes de ti la fidelidad y lealtad a esos sueños que quieres alcanzar, y a esa recompensa que quieres tener en esta vida. Da todo lo que tengas que dar, y nunca abandones a mitad del camino. Sigue hasta alcanzar tus sueños, sigue hasta alcanzar la rentabilidad.